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lunes, 28 de noviembre de 2011

1 - Lo primero que pasó

Todo fue una casualidad, pero al fin y al cabo no hay nada que no lo sea.

Fue un dos de noviembre de no recuerdo que año.

Ese martes estaba muy resfriado, había dormido mal y no fui a trabajar. Me levanté tarde y me preparé el desayuno tranquilamente. Sobre las doce intenté bajar a comprar el periódico pero nada más abrir la puerta vi en el rellano a cinco personas agachadas sobre otra de la que solo veía una pierna. Parecía que alguien se hubiera desmayado y le estuvieran ayudando, pero había algo extraño en la situación.

Cuando empecé a acercarme, una de las personas se movió y vi que la pierna no estaba unida a ningún cuerpo. Una mujer se giró y se me quedó mirando fijamente. Tenía la boca roja y una mirada extraña. Le iba a preguntar qué es lo que estaba pasando pero se levantó y empezó a correr hacia mi.

El instinto me salvó. Corrí hacia mi casa como si me fuera la vida en ello. En realidad me iba la vida. Tuve el tiempo justo de entrar y cerrar la puerta. Unos segundos más tarde empezaron a golpearla salvajemente. 

Me senté en el suelo del vestíbulo de casa con la luz apagada, escuchando los golpes sobre la puerta blindada. Solo veía la masa oscura de la puerta, recortada sobre el blanco de la pared y el punto de luz de la mirilla.

Eso fue lo primero que pasó.

2 - Después


Estaba sentado en el suelo, incapaz de moverme. Me temblaba todo el cuerpo y no podía dejar de pensar sobre lo que había visto en el rellano. Mi mente intentaba encontrar todo tipo de explicaciones racionales pero no lo conseguía.

No sé el tiempo que estuve sentado en el vestíbulo, ni cuanto tiempo pasó desde que dejaron de oírse los golpes en la puerta.  En algún momento me levanté, cerré la puerta con llave y la dejé puesta en la cerradura.

Con las manos todavía temblando fui al salón y llamé a la policía con el móvil. Descolgaron el teléfono, pero no se oía nada. Empecé a gritarle al móvil, pero nadie contestaba.
Probé con el número de emergencias y pasó lo mismo.
Llamé a mi novia con la que vivía desde hacía dos meses. No contestaba.
Desesperado, llamé a todos y a cada uno de los números de mi agenda. Nada.

Encendí la tele, pero no había imagen. La apagué y encendí tres veces pero no conseguí sintonizar ningún canal. Puse la radio, pero solo se escuchaban las radiofórmulas y un canal de música clásica. Dejé puesto a Ricky Martin y su vida loca. Necesitaba escuchar algo y era lo menos malo.

Las ventanas de mi casa dan a un amplio patio interior. Miré por ellas pero todo parecía en calma. No parecía estar pasando nada especial. Fui hasta la puerta y volví a mirar por la mirilla, pero en el ángulo de visión no había nadie.

Estaba a punto de tener un ataque de nervios y me dejé caer en la cama para tranquilizarme e intentar pensar qué podía hacer.

En ese momento sonó el timbre de la puerta.
Miré por la mirilla.
Era mi novia.

3 - Laura

Laura estaba al otro lado de la puerta. Pulsaba el timbre con insistencia y miraba a un punto indefinido por debajo de la mirilla.

Su aspecto era exactamente el mismo que tenía al salir a trabajar esa mañana. Estaba guapísima con su traje chaqueta tan elegante y discreto. Quería con toda mi alma abrir la puerta y abrazarla, besarla, decirle que la quería, que no sabía que coño estaba pasando pero que saldríamos juntos de esta. Pero vi que no llevaba las gafas. No toleraba lentillas y apenas veía sin las gafas. El corazón se me encogió. Grité su nombre, pero no contestaba, parecía que no me escuchaba. 

Se me ocurrió llamarla al móvil.
El timbre sonaba
Se me cayó el móvil
El timbre no paraba de sonar
Lo recogí. Al intentar marcar se me volvió a caer
El timbre me estaba poniendo histérico
Sin querer le di una patada al móvil y rodó por debajo del armario.
Por dios, que pare el puto timbre
Desde el suelo llamé, apuntando a la puerta como si fuera un mando a distancia.
EL TIMBRE DEJÓ DE SONAR

Me levanté despacio y miré por la mirilla.
Ella estaba en el rellano, con el móvil sonando en la mano y lo miraba como si nunca hubiera visto ninguno. Se dio la vuelta, lo tiró contra el suelo y lo pisó como loca hasta que dejó de sonar.  Estaba aturdido, quería ver su cara al verme, quería ver si reaccionaba de alguna manera.
Abrí un poco con la cadena del pestillo puesta. Durante un eterno momento me miró. Después gritó salvajemente y se lanzó contra la puerta. Me dio tiempo a cerrarla. El ruido sordo del choque me dolió hasta a mi. Daba patadas, la golpeaba con los puños, con la cabeza y con todo lo que tenía. Cuando paraba volvía a pulsar el timbre. Y después volvía a golpear la puerta. Y volvía a pulsar el timbre. Y volvía a golpear la puerta.

Me fui a la habitación del fondo cerrando todas las puertas detrás de mi y me tumbé en la cama cubriéndome con el edredón. Empecé a llorar desesperadamente, acurrucado como un niño pequeño y tapándome las orejas con las manos. No sé cuanto tiempo pasó hasta que se dejaron de escuchar golpes. Fui hasta la puerta y vi que estaba sentada delante del ascensor, en una postura imposible, con la cabeza y las manos ensangrentadas, como un juguete roto. Quise abrir la puerta, besarla, prepararle un baño y después peinarla, como hacía todos los viernes.

Pero me volví a la habitación. 
Y no se volvieron a escuchar más golpes. 
Y no volví a ver a Laura nunca más.

Pero esto solo fue el principio de todo lo que sucedió después.

4 - El segundo día

La noche del primer día apenas dormí.

El segundo día por la mañana estuve en estado de shock, deambulando por el piso como un fantasma, encendiendo la tele cada diez minutos, moviendo el dial de la radio compulsivamente y llamando una y otra vez a cada uno de los contactos de la agenda.

El segundo día al mediodía estuve en estado de shock, andando por el piso como un loco, encendiendo la tele cada poco tiempo, moviendo el dial de la radio y llamando sin parar a todos los contactos de mi agenda.

El segundo día por la tarde estuve en estado de shock, arrastrándome por el piso como un alma en pena, encendiendo la tele cada dos por tres, mirando fijamente el dial de la radio y llamando a toda mi agenda.

El segundo día por la noche exploté como una caja de petardos en una hoguera. 
Tuve un ataque de ansiedad, la angustia me oprimía el pecho y me costaba respirar. Caí sobre la cama y empecé a llorar histéricamente en posición embrionaria. Si debido al agotamiento conseguía dormir un poco, tenía intensas pesadillas y me despertaba enseguida.

Así fueron el segundo día y la segunda noche.  
Pero al tercer día todo cambió.

lunes, 21 de noviembre de 2011

5 - Ikea

El tercer día me desperté con la mente vacía y sintiendo una calma extraña.
Estaba claro que el agotamiento físico y mental me estaban pasando factura, necesitaba una ducha.

Me desnudé. Me metí en la bañera. Abrí el grifo. No salía agua.
Me quedé como un tonto mirando el grifo de la ducha.
Fui a la cocina.Abrí el grifo. No había agua.

Abrí la nevera. Solo quedaba la mitad de una botella de trinaranjus y un litro de cerveza.
Me bebí el medio litro de trinaranjus.

Después me quedé sin fuerzas, sentado desnudo en el suelo de la cocina.

Al rato, de la desesperación pasé de nuevo a la calma pero de pronto una sensación nueva lo barrió todo. Empecé a sentir una ira tan fuerte que antes de darme cuenta estaba de pie temblando por la tensión. La rabia me dio fuerzas para entender de que ya no era posible seguir encerrado en casa. Me vestí con ropa de invierno y fui hasta la puerta, pero cuando iba a salir me di cuenta de que iba a necesitar algo más.

Empecé a buscar por toda la casa. Los cuchillos de la cocina no servían, eran de juguete. Abrí el armario donde guardaba las cosas de bricolaje. Allí encontré lo que necesitaba.

Armado con un martillo de Ikea salí al rellano, pensando que si no había agua dentro habría que buscarla fuera.

lunes, 31 de octubre de 2011

6 - Una cuestión de dientes

Abrí la puerta con cuidado. No había nadie en el rellano y no se oía ningún ruído. En el sitio donde había estado el grupo de gente del primer día solo había una mancha parduzca que podía ser cualquier cosa.

Empecé a bajar las escaleras. Desde la escalera vi que en el rellano de abajo había una puerta semiabierta. Fui hacia ella y entré en el piso. En el recibidor había un gran espejo en la pared de la derecha, a la izquierda una puerta que parecía dar al lavabo y otra puerta de enfrente por la que se debía acceder al resto de la casa.

Abrí un poco la puerta del lavabo y un hombre enorme se me echó encima. Su enorme peso hizo que me quedara inmovilizado en el suelo. Se sentó al lado, me agarró con fuerza el brazo izquierdo y empezó a morderme la mano de una manera enloquecida. Me medio incorporé y me quedé observándolo. No notaba nada en la mano. Me di cuenta que ese hombre debía utilizar dentadura postiza y que seguramente la había perdido. Sin dientes, me estaba intentando morder la mano.

Al entrar, no había cerrado la puerta de entrada. Desde el recibidor vi que dos hombres estaban en el otro extremo del rellano. Intenté cerrar la puerta con el pie pero el hombre me agarró con más fuerza e impidió que lo pudiera hacer. Volví a mirar hacia fuera. Los dos hombres me vieron y empezaron a correr hacia mi.

A partir de ese momento todo se aceleró y fue como una danza. Eché el brazo derecho hacia atrás para coger fuerza y describiendo un arco hundí el martillo en la cabeza del hombre. Volví a echar el brazo hacia atrás y volví a hundir el martillo en el mismo sitio de su cabeza. El hombre dejó de intentar morder. Solté el martillo, con la mano derecha empujé al hombre hacia atrás para que me soltara y con el pie cerré la puerta.

Aún me sobraron un par de segundos.

Me levanté y me miré en el espejo.
Estaba lleno de sangre y trozos de hueso y seso.
Me limpié un poco la sangre de la cara, cogí el martillo y entré en el piso para ver si había agua en la cocina.