Todo fue una casualidad, pero al fin y al cabo no hay nada que no lo sea.
Fue un dos de noviembre de no recuerdo que año.
Ese
martes estaba muy resfriado, había dormido mal y no fui a trabajar. Me levanté tarde y me
preparé el desayuno tranquilamente. Sobre las doce intenté bajar a
comprar el periódico pero nada más abrir la puerta vi en el
rellano a cinco personas agachadas sobre otra de la que solo veía una
pierna. Parecía
que alguien se hubiera desmayado y le estuvieran ayudando, pero había
algo extraño en la situación.
Cuando empecé a acercarme, una de las
personas se movió y vi que la pierna no estaba unida a ningún cuerpo.
Una mujer se giró y se me quedó mirando fijamente. Tenía la boca roja y
una mirada extraña. Le iba a preguntar qué es lo que estaba pasando pero
se levantó y empezó a correr hacia mi.
El
instinto me salvó. Corrí hacia mi casa como si me fuera
la vida en ello. En realidad me iba la vida. Tuve el tiempo justo de
entrar y cerrar la puerta. Unos
segundos más tarde empezaron a golpearla salvajemente.
Me senté en el
suelo del vestíbulo de casa con la luz apagada, escuchando los golpes
sobre la puerta blindada. Solo veía la masa oscura de la puerta,
recortada sobre el blanco de la pared y el punto de luz de la mirilla.
Eso fue lo primero que pasó.
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