La noche del primer día apenas dormí.
El segundo día por la mañana
estuve en estado de shock, deambulando por el piso como un fantasma,
encendiendo la tele cada diez minutos, moviendo el dial de la radio
compulsivamente y llamando una y otra vez a cada uno de los contactos de
la agenda.
El segundo día al mediodía estuve
en estado de shock, andando por el piso como un loco,
encendiendo la tele cada poco tiempo, moviendo el dial de la radio y
llamando sin parar a todos los contactos de mi agenda.
El segundo día por la tarde estuve
en estado de shock, arrastrándome por el piso como un alma en pena,
encendiendo la tele cada dos por tres, mirando fijamente el dial de la
radio y llamando a toda mi agenda.
El segundo día por la noche
exploté como una caja de petardos en una hoguera.
Tuve un ataque de
ansiedad, la angustia me oprimía el pecho y me costaba respirar. Caí
sobre la cama y empecé a llorar histéricamente en posición embrionaria.
Si debido al agotamiento conseguía dormir un poco, tenía intensas
pesadillas y me despertaba enseguida.
Así fueron el segundo día y la segunda noche.
Pero al tercer día todo cambió.
Amanecio un día sombrío, con una extraña luz y al asomarme por la ventana vi la calle vacía.
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